A veces presentimos la grandeza de las cosas sin
llegar a entenderlas, y es entonces cuando debemos aprender a dar valor al
hecho de presentir como vía para llegar a las grandes cosas.
Declaro presentir la grandeza de la obra
"Las Meninas" y dar valor a mi presentimiento, más aún cuando hay
tanto escrito y dicho sobre ellas y que se extiende por encima del asunto
artístico. Sin embargo, y puesto que soy pintor nacido en Sevilla, tengo el
privilegio de ver con claridad aspectos de "Las Meninas" que la hacen
grande y que de no ocupar esta privilegiada perspectiva solo sería solo posible
presentir.
Mi homenaje o interpretación comienza por el
vocablo "menina" que estaría en desuso de no ser por la obra
pictórica en sí que a día de hoy la sustenta. Las camareras de los hijos de los
reyes de España ya no son nombrados con esta palabra. "Menina"
describe una obra maestra de la pintura del siglo de oro español, "Menina"
es el aroma que sugiere que Velázquez está cerca, con su humor inesperado,
quién sabe si tan genial como le describen unos, o si tan campechano y
elemental que reveló sin ser consciente de ello lo fácil y cómodo que podría
llegar a ser pintar miriñaques, encajes y encarnaduras de una sola y certera
pincelada.
Y "menina" huele a mujer, mujer
hacendosa, la Marta teológica , la hermana de María y Lázaro, el alma del
hogar, que un día en Francia cambió su delantal por la bandera y pecho al
descubierto dio de mamar al pueblo leche blanca de libertad e igualdad. Vaya
aquí mi homenaje a la Mujer, conceptos en los que para mí sientan cátedras mis
santas Madre y Abuela.
Y una vez más Sevilla tuvo que ser, con su
lunita plateada, quien catapultara al mundo un genio más, Velázquez. No se si
algún día llegaré a pintar como Velázquez, entendiendo que lo suyo fue un
complicado oficio de retina y por tanto en lo que a técnica se refiere. Pero me
basta y sobra haber nacido en esta ciudad para ver un retablo catedralicio en
las Meninas, con su sacristía y sus hostias consagradas, su vela roja
encendida, aviso de trascendencia y ruego de respeto, sus jerarquías
celestiales, y su boato de órgano musical. Es paso de misterio que entra en
Campana bajo los acordes de una marcha celestial por popular, para dar comienzo
a una carrera oficial que nunca acabará, pues el Tiempo y su largo pasillo
hacia la Eternidad ya se ha encargando de mostrarle la senda.
Me he permitido abrir sobre el pecho de
Margarita la portezuela de esa sacristía y colocar dentro la ráfaga, el brillo
de lo femenino, lo transcendente, la magia a la que aspiro, hacer de Margarita
un templo de salomón y de su pecho un santo santorum, el que para el Arte
supone esta obra maestra de la Pintura y para la sociedad del bienestar en el
que vivimos la mujer.
Y para prueba de ello mi pintura.
Broche "Homer"
Hace 4 años